Puntuando viajes en tren (I)

Hecho curioso, sorprendente e inaudito. Lo primero sobre lo que tengo que realizar mención es la puntualidad y ausencia de incidencias en el viaje. Hacía meses que no tenía tanta fortuna.

Los monitores que centelleaban en la oscuridad del vagón solo mostraban un mapa con el recorrido. No hay presupuesto para una película de semi-estreno, ni siquiera para un telefilm con Michael Dudikoff. Tampoco puedes mirar por la ventana porque la noche hace horas extra estos días. Al menos queda grabado en mi memoria que entre Valladolid y Madrid está Segovia. Te puedo señalar su posición exacta en la raya de coca que se está haciendo algún político de Transportes en este momento.

De compañera de viaje tuve el placer de disfrutar de la compañía de una señora que se pasó gran parte del trayecto masticando un chicle imaginario mientras farfullaba insultos contra todo y todos los que salen en la televisión. Cuando las majestuosas torres de cristal del skyline madrileño se perfilaron en el horizonte, el tren frenó bruscamente y la señora se tragó el chicle. Empezó a hacer espasmos mientras me hacía el dormido y controlaba con el rabillo del ojo entrecerrado que no se abalanzara sobre mí. Llegué a pensar que puede que el chicle fuera de verdad. No fue así. La vigorosa palmada en la espalda de un funcionario de justicia hizo que se le saliera la dentadura, sin llegar a salir volando, lo cual hubiera otorgado a este viaje una puntuación de 10, pero por todo lo mencionado, y porque la señora se atragantó con su propia saliva, no puedo darle más que un 7.3.



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