De camino a casa

Grúas de la construcción en Torremuelle
Llevo más de un año viviendo en Castilla y el mes pasado tocó volver a casa, a una, otrora, pequeña villa pesquera del sur, fagocitada en la gran megalópolis en la que se ha convertido la Costa del sol, un interminable mar de urbanizaciones y núcleos urbanos que se extiende desde las ricas costas de Puerto Banús hasta el límite oriental de Málaga Capital. 

Lo primero que noto en el tren de cercanías es la repetición de un error que nos costó muy caro. Grúas y más grúas, de vuelta con una venganza, que sin descanso suministran materiales a unas obras que hacía más de una década que habían sido abandonadas en las postrimerías del estallido de la burbuja inmobiliaria. Las grotescas construcciones, por lo impertinente de las mismas, no comprenden solo chalets o un esporádico resort. A la ladera de una montaña, junto a la vía del cercanías, se alzan los esqueletos de un complejo de edificios que bien podría recibir la denominación de villa una vez estén terminados. En ello se afanan un ejército de trabajadores que alimentan sin descanso, de ladrillo y de cemento, a los retoños de las grandes constructoras a las que quema el dinero barato en las manos y les ciega el retorno futuro. Las casas ya no serán accesibles para aquellos que las construyen aunque sea a costa de vender su alma al banco, sino para los turistas que alegres pagarán lo que sea en verano. Villa AirBnB creo que sería un buen nombre para el futuro pueblo fantasma. Ya veo la publicidad en los periódicos locales: "Con su propia seguridad 24 horas, siempre a tope de marcha, la playa igual te pilla un poco a desmano". El supermercado más cercano queda a media hora andando. Siempre podrán alquilar un coche. Entonces será cuando me ría yo. Un coche en verano, en la costa. Buena suerte en los atascos.

Bajo del tren rodeado de acentos foráneos. Nada nuevo, ya estaba largamente acostumbrado. Mi ciudad era cosmopolita cuando en Madrid aún seguía viviendo Franco. Ahora lo es incluso más, pues a exiliados, jubilados y aventureros, se les ha sumado un incesante río de turistas que no entienden de temporada ni de estaciones del año. Me sumerjo en sus aguas en dirección al Mercadona junto a la estación. Necesito comer algo. 

Es curioso, todos los Mercadonas tienen la misma estructura. Son iguales, o muy parecidos al menos.  Pese a ello, en el Mercadona de mi barrio me siento como en casa; en los demás, un extraño.

Los Boliches calle junto al estadio de fútbol

Al salir, el sol abofetea mi cara tal y como lo recordaba: implacable y lacerador. Decido tomar el camino más largo pero más fresco, a lo largo de una avenida en la que compruebo la interminable ristra de negocios que vienen y van como las gaviotas en verano. Lo novedoso difícilmente germina, lo viejo, a duras penas resiste y para combatir el envite de los nuevos, se sumergen en reformas. Muchas reformas, todo es susceptible de ser mejorado. El estío se acerca y hay que estar listos para afrontar la avalancha de turistas. Se hace la reforma mirando al cielo y rezando por un verano cálido y seco. Este año no las tienen todas consigo tras un año inestable, un invierno que fue primavera y una primavera vestida de otoño.

También dentro de la ciudad hay grúas. La caza por un terreno edificable se ha intensificado. Búsqueda fútil pues no queda un solo metro urbanizable. Los ojos de los especuladores se han posado sobre las edificaciones más antiguas. Alguna casita resiste emparedada entre un bloque y otro. Lo peor de todo es que del sol su jardín se ve privado. Se recalifican terrenos, se echan viejos edificios abajo. Mañana habrá un hotel, donde ayer hubo un estanco.

Y sin darme cuenta paso junto al kiosco donde soñaba despierto con la Primitiva, el Euromillón o cualquier otra lotería, solo para despertar al día siguiente sin que me hubiera cambiado la vida. A su lado, recordé, estaba la peluquería donde siempre me corté el pelo. Poco después me enteré de que dos días antes de mi llegada, había muerto mi peluquero. Se había jubilado hacía poco, lo suficiente para que en su antiguo local inauguraran una frutería.

Panorámica de una parte de Benalmadena


Apenas quedan unos metros para alcanzar mi meta. Al fin llego a las puertas de mi casa y me olvido de todo lo que he visto. Al fin y al cabo todo cambia para que todo siga igual. Mañana me despertaré y será como si nunca me hubiera ido.

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