Paseando por Zamora

Zamora es una pequeña ciudad con multitud de iglesias, murales y calles tranquilas donde solo se escucha el transcurrir de la vida, a menos que te topes con alguno de los grupos de turistas que recorren sus vetustos caminos admirando la historia y la arquitectura de una de las capitales de provincia con más historia del país. Más cerca de Portugal que de la capital del reino, Zamora se atribuye el nacimiento de Viriato, héroe de la resistencia protonacional contra los invasores romanos, y que encontró su fin cagando. Eso no lo dijo la, por otra parte, muy amable e informada guía. Quizá quería evitar mencionar algo tan escatológico delante del selecto grupo que atendía a sus explicaciones. Pero empecemos desde el principio.

Zamora, capital de la provincia de Zamora, sita en el noroeste de Castilla y León, una de las provincias más desconocidas por su lejanía de las vías de comunicación principales. A una hora y media de Valladolid, o menos dependiendo de la pericia del conductor y de su temor a la Guardia Civil, basta con tomar la A-11 hacia el oeste para, sin muchas más indicaciones, plantarse en la ciudad, tras dejar media hora antes a la también merecida ciudad de Toro a nuestra izquierda. De hecho, considero las vistas desde el mirador de Toro más bonitas que las de Zamora. 

Encontrar aparcamiento allí es sencillo. No solo podremos hacer uso de los diversos párquines que salpican la zona sino que bastará con tener una pizca de paciencia para encontrar un sitio en la calle, sin necesidad tampoco de pagar por la zona azul. Habíamos reservado una visita turística guiada porque, reconozcámoslo, es mucho más cómodo que estar mirando en Google cada dos por tres a qué santo está consagrada tal iglesia o de qué período es tal muralla. La guía, aparte de mostrarnos diversos monumentos representativos de la ciudad, como la estatua de Viriato, junto a la Plaza Mayor, de explicarnos someramente cómo se desarrolla su semana santa, interés turístico nacional y de darnos algunas pinceladas de la historia de la urbe, tuvo a bien descubrirnos los mejores sitios para comer, así como su gastronomía típica y los lugares que no podíamos perdernos. Muy completo. 

En el recorrido, además de ver la fachada del teatro modernista Ramos Carrión, el castillo, casi en ruinas y la catedral románica, para la que hay que pagar si quieres visitarla, pudimos entrar en la Iglesia de la Magdalena y la de San Pedro y San Ildefonso, ambas también de estilo románico aunque poco representativas del mismo. 

La visita terminó frente a la mencionada catedral con la historia del sitio de Zamora, con reminiscencias en medios audiovisuales de la actualidad. Un buen punto y final para más de una hora y media que se pasó volando. 



Tras visitar los jardines del castillo, contiguos a donde nos encontrábamos, y por haber sido sobrepasada con holgura la hora del almuerzo, fuimos a tomar algo al Bar Bayadoliz, un pequeño local de los de toda la vida, situado en la Calle de los Herreros, uno de los lugares de marcha y tapeo, en el que lo más típico son los "cuadrados", un sandwich mixto con un sabor especial. Tras degustarlos y huir despavoridos ante la familia de más de seis críos que pretendían sentarse a nuestro lado, fuimos a parar al Mesón de Piedra, un bar-restaurante con unas tapas muy buenas a precios increíbles para todo aquel que provenga de una gran ciudad. Nos quedó la sensación de que Zamora es una buena ciudad para salir de pinchos sin acabar con un agujero en el bolsillo. Así lo demostraba la afluencia de un gran número de turistas, que en proporción, deben superar a los que visitan Valladolid. 

Y así terminó nuestra primera visita a Zamora. Habrá más dada la cercanía y la buena accesibilidad de la misma.  






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