Hay que cuidar la ecología

Entrada a una cueva con restos de basura

Algunos, al ver esta foto, exclamaréis ofendidos en vuestra conciencia ecológica: ¡Qué guarros los que han tirado semejante cantidad de porquería en el campo! Y bueno, sí, con un largo pero, pues en esta vida de grises o de colores, según el día, pocas cuestiones se dirimen entre el maniqueista blanco y negro, que se queda para las películas de Errol Flynn y los debates electorales.

Vivimos en un mundo que se hunde en basura, es cierto, por ello es, más que recomendable, necesario reciclar y consumir menos, pero esto último lo vamos a dejar para evitar discusiones encendidas. Volviendo a lo del reciclaje, en el pueblo tenemos diversos contenedores dedicados a los materiales típicos como son papel, vidrio, aceite y orgánico. ¿Pero qué pasa cuando necesitas tirar esa hamaca de la que te caíste en verano al romperse uno de sus extremos mientras intentabas rascarte salva sea la parte? ¿O cuando te engañan para ir a Ikea y sales de allí con una vajilla nueva y te tienes que deshacer de la vieja? En esos casos, las ciudades cuentan con puntos limpios que recogen dichos residuos pero en la España vaciada, suerte tenemos de poder deshacernos de ellos un par de veces al año. El problema es que al punto limpio suelen ir objetos de tamaño considerable que ocupan mucho espacio y que no puedes tener en casa so pena de no poder usar durante meses un espacio que debería estar dedicado a otras cosas más útiles que acumular basura.

Aquí es donde comienza esta historia, pues con una habitación inutilizada por la cantidad de trastos, decidí ir a un punto limpio de la capital a deshacerme de ellos sin tener que esperar al verano que viene. Me dirigí al que más cerca tenía a mano, un recinto amurallado de pequeño tamaño, motivo por el cual solo pueden entrar tres coches. Dato curioso: no sabes cuántos coches hay hasta que no has entrado. Y nadie controla la puerta pues solo trabaja una persona, ocupada en dirigir las operaciones de descarga, no vaya a ser que tiren el papel donde el metal o el metal donde el papel y entonces todo el esfuerzo no valga de nada.

Había leído por críticas en Internet, un punto limpio con críticas como si fuera el Bulli, lo que me quedaba por ver, que los operarios son el equivalente a los policías de fronteras. Quien haya viajado al extranjero por otros motivos que no sean emborracharse o ir de compras, sabrá de lo que hablo. Quizá se vean como agentes de aduana de la porquería, la última línea de defensa de la humanidad antes de perecer ahogada en cintas de VHS porno y corchopán; o quizá cobren comisión por kilos de material recaudado, ¿quién lo sabe? Bueno, lo de la comisión seguro que no.

Y es que tras un bronco recibimiento en el que sentimos la "efusividad" y la energía de la empleada, nos preguntó de qué parte de la ciudad éramos. Ay, craso error responder que veníamos de un pueblo cercano. Su gesto se torció y se quedó pensativa unos instantes en los que quizá meditó hacerme bajar al contenedor para recoger la bicicleta que ya había tirado para llevármela de vuelta a casa. Se apiadó de mí y, como un favor, permitió que siguiera tirando los bultos que llevaba. Lo que yo no sabía era que ese favor tenía un precio, y mientras iba descargando el coche se me pegó cual testigo de Jehová mientras me daba una charla sobre los deberes de los ayuntamientos, las partidas que reciben para reciclaje, el deber ciudadano para presionar a los consistorios, las quejas de usuarios anteriores, cómo había estado a punto de pelearse... creo que llegó a invitarme a comer en su casa. No le entendí muy bien pues yo estaba ocupado intentando salir de allí lo antes posible, a poder ser, sin dolor de cabeza. Llegó un momento en que no supe distinguir dónde terminaba la reprimenda y dónde comenzaba la búsqueda de cariño por parte de una persona que ejerce un trabajo solitario en la más absoluta de las soledades, rodeada de los desperdicios de la sociedad industrial. Ahí estaba, de pie junto al maletero escuchando por quinta vez que esos contenedores valían dinero y que ella no los iba a pagar pero el ayuntamiento sí, cuando una mosca empezó a molestarme, amenazando con introducirse en mi nariz. Con un par de manotazos la espanté, pero el gesto fue percibido por un coche que esperaba a entrar en la puerta del recinto y que tomó como permiso para entrar. El conductor se bajó y la operaria salió como una bala hacia él para interrogarle. Aproveché la distracción para salir huyendo y juré no volver jamás.

¿Significa eso que iré al lugar de la foto a tirar lo que no quepa en los contenedores del pueblo? No, pero puedo entender a quien lo haga. Pues si te tratan mal queriendo hacer un bien, no siendo este obligatorio, dejas de hacerlo. Puede que yo no, y tú que lees esto tampoco, pero la mayor parte de la gente sí, como comentaba la trabajadora por las respuestas que recibía de los usuarios del punto limpio ante sus recriminaciones. No se puede desincentivar con malos modos un acto altruista si quieres que a la larga se convierta en algo interiorizado y natural.

Entiendo que los recursos son limitados y que tienen que distribuirse según habitantes, volumen de residuos generados y demás, pero tiene que haber otras formas de poder reciclar que no pasen por amontonar los muebles viejos en casa hasta que decidan colocar un punto limpio.

Otro tema es ya la gestión territorial, la división atómica de responsabilidades gubernamentales y demás politiqueos del que el reciclaje es un problema más, especialmente grave en la España vaciada, que se suma a los de infraestructuras, comunicación y servicios, que mientras permanezcan sin solución no conseguirá salir de su despoblación actual.

Ya de paso, os recomiendo el blog de Sumidero Ciudadano en el que se tratan temas de sostenibilidad, cambio climático y temáticas derivadas. 

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