Andrea, ¡resiste!

Vivía en la enigmática Pucela una joven universitaria de mirada viva oculta tras unas gruesas gafas, cuyo nombre era Andrea. Pasaba los días entre apuntes y noodles de arroz con la cabeza hundida en su móvil de última generación.

Un día, mientras observaba retornar la vida a través de su Instagram, vio el anuncio de que iba a ponerse en marcha un autocine en el aparcamiento del Estadio José Zorrilla.

- ¡Un autocine! - exclamó redundantemente - ¡La última moda entre las influencers de Madrid! No me lo puedo perder.

Pensó entonces que sería un buen plan llamar a Susi y Canela, cuyo verdadero nombre nadie conocía, sus amigas de la Facultad de Periodismo, y en el Seat Panda que su padre le había regalado, antiguo vehículo de la hija de un prominente jugador del Valladolid, le había comentado al darle las llaves por su 18 cumpleaños, pasar un sábado de desconfinamiento lindando con la nueva normalidad. La película era lo de menos; lo necesario: contar que se estuvo allí con un vestido bonito. O ni siquiera eso, simplemente inmortalizarlo en una foto y colgarlo en las redes habituales para ser el acaparador de "me gusta" y reenvíos durante el tiempo en que se le ocurriera otra cosa.

Canela estuvo encantada con la propuesta. Susi preguntó qué film iban a disfrutar.

- Grease -  respondió Andrea.

- ¿Como el color? - inquirió confundida su amiga.

- Es una de John Travolta.

- ¿Quién? - Susi tenía muchas dudas y no estaba dispuesta a dejar pasar la oportunidad de que fueran resueltas.

- Sabes quién es. Salía en la película esa extraña que vimos en clase de narrativa periodística... - Andrea escarbó durante unos segundos en lo más profundo de su intelecto hasta lograr desenterrar la respuesta - ¡Pulp Fiction!

El nombre le sonaba a Susi pero no lo suficiente como para poner cara al actor.

- ¿El negro?

- No, el otro. Lo podemos buscar en Youtube si quieres.

Pantalla de cine hinchable junto al Estadio José Zorrilla

Pero no hizo falta, pues como no podían hacer otra cosa y las terrazas en su nuevonormalismo estaban llenas sin estarlo, y en algo tenían que ocupar el tiempo que no fuera aguantar a su padre gritarle al televisor, se apuntó al carro. Y no solo eso, sino que llamó a Greta, Marieta y Pepa, amigas y aspirantes a trío musical sudamericano, que también acudirían al evento en un vehículo todavía por determinar, pues el Golf de Marieta estaba en el taller, el Picasso de Greta no tenía seguro y a Pepa no le dejaban conducir nada que tuviera más de una rueda. Cosas de la religión.

Tras una problemática compra de entradas en la que se equivocaron y adquirieron las bebidas pero no la reserva de la plaza en el cine, que era gratuita, cosas de una organización virtualmente desorganizada, lograron, a falta de cuatro plazas, conseguir la suya. Cuando se confirmó la transacción se colgó el electrónico cartel de "todo vendido".

Llegó la tarde del sábado y Andrea se subió en su Panda para recoger a Susi y Canela, a la que tuvieron que esperar pues había ido a por unos bocadillos con los que amenizar la espera, que sería larga, pues por una confusión a la hora de leer las recomendaciones, se presentaron en el estadio una hora antes de la apertura de puertas.

No habían sido las únicas desdichadas pues un par de coches hacían ya cola en la puerta del recinto. O lo que suponían que era, porque no estaba claramente indicado. En cualquier caso, se colocaron tras el último coche de la fila. Una hora después, la cola ocupaba varios kilómetros, o así, Andrea tampoco es que se caracterizara por su medición de las distancias. Su novio podía dar fe de ello.

A las 21:30 en punto, quizá un poco antes, un joven con porra se acercó a las vallas que impedían el acceso, las apartó y empezó a dar paso a los asistentes.

Canela le hizo ojitos al guardia de seguridad, al acomodador que les indicó dónde aparcar, justo frente a la pantalla, en primera fila, y a uno que corría por el recinto, pero desde el minúsculo asiento trasero ninguno la vio. Canela estaba muy necesitada pero tendría que esperar a otro día para que un bombero apagara su fuego. Palabras textuales. Tendría que conformarse con escudriñar la noche y otear los parabrisas ajenos en busca de mantas con brusco movimiento ascendente y declinar apasionado.

Tuvieron suerte y aunque algo escoradas, podían ver la pantalla más o menos centrada, no como los que llegaron en octavo y noveno lugar, amén de múltiplos de estos, que tenían una visibilidad deficiente.

En las normas comentaban que no se podía salir del coche, pero ¿qué eran unas reglas sin el apoyo de una sanción para unos españoles, aparte de una graciosa sugerencia ? Y así, en cuanto se acomodaban en el lugar asignado, los bisoños asistentes abandonaban sus vehículos, sin alejarse demasiado, eso sí.

Pese al ambiente juvenil que se respiraba, con una media de edad que rayaba la treintena baja, junto a ellas se colocó una pareja que aumentaba la media, o no. Podía ser tanto una pareja joven como una joven pareja, según el marco de referencia del observador. A Andrea el chico le pareció muy viejo.

No les prestó mucha más atención pues está se dirigió de inmediato a la pantalla hinchable donde se exhibiría la película gracias a un proyector enorme conectado por HDMI a un Mac, como no podía ser menos, y presidiendo el proscenio, un coche "de los de la época", apuntó Susi, un Chevy descapotable con matrícula de Huesca. Más exótico que eso, un torrezno de avestruz.

Greta, Marieta y Pepa, que habían llegado más tarde y habían sido colocadas a decenas de metros, se acercaron andando al coche. Andrea se percató en ese instante de que se habían olvidado las mascarillas pues ninguna las llevaban. Si al menos hubieran guardado la distancia de seguridad, pero eso era cosa de mayores, las amigas de Andrea se sentían invencibles en su inexperto conocimiento del mundo y de las leyes naturales aplicadas a una pandemia. Así pues, a escasos centímetros de los coches cercanos, se reunieron todas a charlar.

La visita del trío de chicas tenía una explicación contundente: habían visto cómo se preparaban las bolsas de comida que repartirían antes de comenzar la proyección y necesitaban que sus amigas lo vieran con sus propios ojos. ¡Gente trabajando por un sueldo escaso!, lo nunca visto. Había que verlo para creerlo.

Pero Andrea no quería ir. ¿Y si nos traen las palomitas y no estamos aquí?, musitaba. Es que no se puede salir, afirmaba con acierto. Pero Greta arremetía sin descanso contra la conciencia de la pobre Andrea a la que se le acababan las excusas para no abandonar el coche mientras a su lado, con mirada analítica, el señor mayor iba tomando notas sin ser consciente de que su presencia y su malencarado aspecto fuera uno de los motivos por los que no dejara el vehículo. No fuera a ser...

Terminó por convencerla el hecho de Canela saliera del coche al avistar a uno de los esbeltos trabajadores dirigirse al puestecillo de la comida. Y así, se fueron un rato sin dejar de mirar hacia atrás, hacia su preciado coche.

Las seis amigas volvieron minutos después, lo que les aconteció no se puede contar, pero Canela apuntó varios números de teléfono en su agenda. Tras las fotos de rigor frente a la pantalla y el coche de la época, se sentaron de nuevo.

No tardó mucho en llegarles su pedido. La sorpresa fue encontrarse con un par de latas de té autocalentables. Tras examinarlas minuciosamente y darle varias vueltas, escribieron por Whatsapp a las demás, que tardaron en presentarse lo que Garci en decir que John Ford es el mejor director de la historia.

Marieta, que había visto mundo y frecuentado la cafetería de la facultad más que los propios camareros de la misma, tomó una de las latas, y con la autosuficiencia característica del que todo lo sabe y debe rebajarse al nivel de la chusma para regalarles el fuego, le dio la vuelta, quitó la pestaña que recubría la base, la apretó y se lo ofreció a Andrea.

Susi, que estaba leyendo el prospecto, informó de que había que agitar el recipiente cinco minutos, tras los cuales, se dieron cuenta de que cinco segundos hubieran bastado, con tres minutos de esperar para no abrasarse la lengua. Daba igual, Pepa estaba maravillada por el invento. La técnica en su máxima expresión. Ir a la luna había valido para algo útil después de todo.

Cuando lo abrieron, un olor dulzón las embargó.

- Huele a arroz con leche - apuntó Greta.

- Y sabe a mierda. A leche de soja - apostilló Pepa, comentario que provocó, aunque ellas no lo supieran, que el señor mayor escupiera involuntariamente los gusanitos que se estaba comiendo ante el riesgo de atragantarse de la risa. Al menos le sirvió para decidir que no probaría jamás la leche de soja.

A las 22:30, comenzó la película. La oscuridad se había enseñoreado de los cielos y por fin se podía ver la pantalla claramente. A Andrea le sorprendió la calidad de la imagen, comparable a la de un cine normal. Cuando salió en pantalla Travolta, le dio un codazo a Susi.

- ¿Ves? Ese es el que te digo.

Susi lo observó unos instantes mientras fruncía el ceño.

- No me suena de nada.

Y se zambulló de nuevo en la pantalla de móvil. Greta estaba organizando un botellón en las Moreras para San Juan pero no quería que fuera Andrea. Esto haría que su amistad se resquebrajara en un futuro, pero no es el motivo de esta historia.

Era la primera vez que veía Grease y le sorprendió. Jamás pensó que en los años 50 la gente de cuarenta tacos todavía siguiera yendo al instituto. En el asiento trasero, Canela se atiborraba a patatas y  Susi se quedó dormida y babeó el asiento del copiloto. Nada distinto a cualquier otro sábado de la vieja normalidad.

Al finalizar la proyección, los coches comenzaron a pitar a modo de aplausos. Contentas por las buenas fotos que habían subido a sus perfiles, esperaron al coche de sus amigas. y el pizpireto convoy abandonó el aparcamiento para perderse en las calles de la ciudad. Entre los dos coches sumaban más pavos que todo el Campo Grande.

Fotograma de Grease en autocine de Valladolid


Publicar un comentario

0 Comentarios