La Cabalgaza

Carroza con libro en la Cabalgaza
Durante la Navidad, cualquier excusa es válida para enfundarse en un voluminoso abrigo, calzarse la gorra y envolverse en una frondosa bufanda para salir a la calle a disfrutar de la decoración navideña. El pasado sábado, el motivo de mi visita al centro vallisoletano fue la celebración de la "Cabalgaza", ocurrente juego de palabras que describe un desfile de carrozas sufragado por Leche Gaza, empresa zamorana que realiza dicho acto promocional en distintas capitales de provincia castellanas.

No era mi primera vez, pues ya el año pasado tuve la ocasión de disfrutar más de dos horas de espera, en primera fila eso sí, en la Plaza Mayor. Si serían buenos sitios, que en la acera de enfrente tenía al mismísimo alcalde, al que no paré de dedicar gestos de amistad que, creo, no fueron bien recibidos por este.

Este año, para evitar las asfixiantes aglomeraciones post desfile que había sufrido en aquel entonces, decidí acudir a una calle cercana, no menos concurrida, como pude comprobar más tarde. Al menos no tuve que esperar tanto, solo una hora hasta que pude ver el carromato de Alfred MacLeche, el lechero de Laponia, qué abría la alegre comitiva.

Delante de mí, incrustados en la valla que separaba la civilización del caos infantil, un par de críos ilusionados blandían sendas bolsas de la compra bien abiertas en espera de que fueran colmadas de dulces y caramelos por los operarios de la empresa. Pobres diablos, pensé con tristeza mientras vaticinaba cómo su ilusión se iba a romper en mil pedazos.
Bricks de leche Gaza en la Cabalgaza de Valladolid

Una de las mayores decepciones de mi vida, junto con el España - Corea del sur del mundial de dicho país asiático o descubrir que Hanna-Barbera eran dos señores, fue cuando comprobé el año anterior que en la Cabalgaza no solo no tiran caramelos, no solo se limitan a regalar una solitaria piruleta y algún esporádico globo, sino que a los adultos no nos corresponde ninguno de estos humildes regalos, ni siquiera a los que tenemos una edad mental de cinco años; una muestra palmaria de por qué algunas actividades no pueden dejarse en manos de la iniciativa privada si queremos que se hagan bien. Que sí, que repartiendo a los niños una cantidad muy limitada de caramelos, aseguras que todos se lleven algo al coleto, pero negarle a los padres que estoícamente han esperado horas bajo el frío invernal, aguantando el humo de las madres modelo que fuman a escasos centímetros de sus retoños y las quejas de unos vecinos desesperados por el gentío incapaces de tomar una calle paralela, un simple caramelo, no es buena política de empresa, pues no hay que olvidar que son estos los que al final compran la leche. Si de los niños dependiera, estarían bebiendo zarzaparrilla todo el tiempo.

Árbol de Navidad en la Cabalgaza de Valladolid


En esta ocasión no fue distinto, y el paso de las brillantes carrozas con temática de cuentos clásicos como Aladdin o La bella durmiente, salpicado por bailes y acrobacias varias a cargo de un variopinto grupo de niñas, amén del cuerpo de protección civil que añadía color al conjunto junto a demás gente disfrazada, solo dejó un botín para los desconsolados niños de, aparte de sueños rotos, la mencionada piruleta, un globo y el saludo de un señor que portaba un bastón con dos grandes bolas luminosas de dudoso significado.

El desfile lo cerraba el trineo de Papá Noel, pues el motivo de esta cabalgata aparte de promocionar leche Gaza, con sus cartones de leche antropomórficos y el luminoso que se proyectaba en los edificios al paso de las carrozas, es algo tan exógeno a nuestra cultura como Santa Claus, elemento anglosajón por excelencia, de ahí que atronaran las calles villancicos en la lengua de Shakespeare que ninguno de los niños que allí se concentraban podían entender. Esta vez se me hizo más corto y menos espectacular. Quizá no corran buenos tiempos para la leche.



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