El polvo y el olvido

Tuve ocasión de conocer Urueña una calurosa tarde de primavera de no hace demasiados años. Al llegar por carretera me sorprendieron sus murallas antiguas erguidas sobre una colina, como un Fort Apache sin defensores ni atacantes, como pude descubrir una vez comencé a recorrer sus silenciosas calles castigadas por el sol y la incesante brisa. En aquella visita, que me llevó desde la más pequeña callejuela hasta lo alto de sus almenas, desde las que la vista domina una interminable llanura, apenas pude atisbar a un par de personas y un pobre podenco que en los huecos entre librería y librería buscaba algo que llevarse a la boca. Así concluyó mi visita a aquella villa fantasma carente de toda vida.

Muralla de Urueña


Algún tiempo después, he tenido la oportunidad de volver a la denominada "Villa del libro" para la presentación de poco más de 80 pequeñas curiosidades históricas recopiladas en el volumen "Pretérito Imperfecto" de la reputada periodista Nieves Concostrina. En esta ocasión sus calles estaban más animadas, de seguro por el público que más tarde abarrotaría el salón del centro e-LEA Miguel Delibes. Incluso podían escucharse en la lejanía los gritos despreocupados de algunos niños tan ajenos a lo que les rodeaba como la familia de ingleses que trataban de entender los carteles explicativos al pie de las murallas.

Como llegamos con tiempo, decidimos refrescar el gaznate en Los Lagares, un mesón con una decoración exquisita que contrasta con lo rústico, por así decirlo, del pueblo, y con cuyo barman estuvimos charlando un rato sobre el mismo. Dentro de poco serán sus fiestas, pero como nos dijo el buen hombre, nada de especial tienen, pues la juventud apenas se intuye y los mayores, adjetivo que parece escaso ante su edad provecta, se quedan más bien en su casa. No es algo novedoso pues es un mal que aqueja a toda localidad del interior de la península, con una despoblación directamente proporcional a la superpoblación de la costa y la capital del reino, que agrupa a todos aquellos que aspiran a unos servicios a los que no pueden acceder en sus pueblos de origen por culpa de una administración cuya dejadez de funciones para con el campo es, si no criminal, al menos suicida.

Fachada de un bar en Urueña


De la presentación poco se puede decir, éxito de crítica y sobre todo público, que no dejó un centímetro de la sala sin ocupar y que rio todas las anécdotas que narró la Concostrina y que hizo que la hora y media larga que duró el acto se pasara en un suspiro. Hubo incluso quien quiso pasarse de listo intentando corregirla pero el tiro le salió por la culata. Tanto tiempo hubo de esperar el último de la prolongada cola a que le firmaran su volumen, que podía comprarse in situ a la dueña de la librería Primera Página, organizadora del evento, aunque alguno se lo trajo de casa, y me consta que hubo quien, con las prisas, no atinó a coger de su librería el volumen de la escritora correcta, escondiéndolo azorada en el bolso nada más percatarse de ello.

Un detalle a destacar es que me encontraba muy por debajo de la media de edad de los presentes que, en algunos casos, bien podrían haber sido coetáneos de alguno de los hechos que en el libro se relatan. Durante días, autora y organizadora habían estado publicitando el acto en sus redes sociales y a la llamada solo habían acudido, en su mayoría, personas de la tercera edad. Se puede ver cierta relación entre la despoblación del medio rural, donde solo quedan los mayores, y la cultura, al menos la tradicional, abandonada por los jóvenes en pos de otros medios más inmediatos e irreflexivos.

Presentación del libro de Nieves Concostrina


Al salir del recinto, con la noche instalada firmemente en su trono y una cálida brisa para la fecha en la que nos encontrábamos, oí el eco moribundo de los gritos de los niños que se extinguieron pronto con el punto y final del rugido del motor de un coche y cayó el silencio sobre el esqueleto urbano que recorrí de vuelta a casa.

Y no me quedaron más que preguntas: ¿De quién es la culpa de que estén igual de despobladas de juventud las bibliotecas y las calles? ¿No somos nosotros los responsables, por dejadez, incapacidad o hastío de que la cultura, como la población rural, se arrastre hacia la extinción? ¿Es su destino inevitable y ligado a aquellos de cierta edad? Al final todo se reduce a voluntad y dinero, y con unos políticos más interesados en la foto y el beneficio, nos corresponde a nosotros luchar por el futuro de los pueblos. Y si no hacemos nada por recuperarlos..., si la gente se concentra en las impersonales ciudades, si da la espalda a su pasado, si deja languidecer sus tradiciones y sus lazos familiares, las polvorientas calles de Urueña, como tantos otros rincones a lo largo de la península, serán la tumba muda de todo aquello que amamos, que hicimos, que vimos... de todo lo que fuimos, y se perderán para siempre bajo el polvo y el olvido.

Una calle de Urueña