Bolsín estaba nervioso. Era su primer viaje fuera del pueblo. No por gusto, además, pues las tribulaciones de la vida actual y los estragos de la crisis permanente que azotaba el país desde hacía décadas, le habían forzado a abandonar amigos y hogar para buscarse la vida en sitios más prósperos. El reverso de su desgracia tenía forma de trabajo como community manager de una conocida marca de ropa en el país vecino, que le había venido como caído del cielo cuando más desesperado estaba.
La noche antes de partir, Bolsín hizo las maletas con su novia, a la que pronto llevaría con él y se fue a la cama con un manojo de nervios atravesado en el estómago que le impidió dormir.
La estación del pueblo estaba desierta cuando llegó. Mientras miraba al horizonte con la mirada perdida en un futuro incierto, sintió el pesado ruido del tren llegar a sus espaldas.
Intentó echar una cabezada en el asiento pero no pudo hacerlo por el ruido del trayecto y la algarabía de un grupo de estudiantes que amenizaba el vagón con canciones típicas de la posguerra.
Al llegar a la estación, donde debería coger otro tren por la tarde, estaba derrotado. Los ojos se le cerraban, el suelo parecía temblar bajo sus pies... Y para colmo, no tenía un solo sitio donde sentarse a descansar.
Por suerte, una joven se percató de su situación y le ofreció su silla. Y así, Bolsín pudo sentarse y dormir una buena siesta. Perdió el tren y le robaron el móvil. Así aprendió que no hay que dormirse en un sitio que no sea la era.
0 Comentarios